El fanatismo es mucho más antiguo que el Islam: Amos Oz

14/07/2018 - 12:04 am

“Tres ensayos que no han sido escritos por un investigador ni por un experto, sino por un hombre comprometido que, en ocasiones, también tiene sentimientos encontrados”. Amos Oz

Ciudad de México, 14 de julio (SinEmbargo).- ¿Qué es el fanatismo? ¿Está su germen en cada uno de nosotros? ¿Por qué intentan convencernos de que la situación es “irresoluble”? ¿Qué es tener “derecho a la tierra” y por qué hay que ejercerlo? ¿Cuál es el núcleo central del judaísmo desde su origen hasta nuestros días? ¿Y acaso resulta incompatible con la democracia y el humanismo? El elemento predominante en los textos recogidos en Queridos fanáticos (basados en una serie de conferencias pronunciadas por el autor a lo largo de su larga trayectoria) es el tono de urgencia, de consternación y, sobre todo, de pleno convencimiento en la posibilidad de un futuro mejor.

Con su habitual lucidez, este detractor declarado de la palabra “irreversible” arroja una esclarecedora mirada tanto sobre los más controvertidos hechos históricos como sobre los más candentes temas de actualidad, aventurando incluso, siempre desde la sensatez que incorpora a todas sus propuestas, una salida a un conflicto que lleva demasiado tiempo cuestionando a la humanidad entera.

Portada de Queridos fanáticos. Foto: Especial

Fragmento de Queridos fanáticos, de Amos Oz, con la autorización de ediciones Siruela.

Prefacio

Tres ensayos que no han sido escritos por un investigador ni por un experto, sino por un hombre comprometido que, en ocasiones, también tiene sentimientos encontrados. El hilo conductor de los ensayos es mi deseo de echar un vistazo personal a algunos temas muy controvertidos en nuestro país que considero de vital importancia. En estos ensayos no se pretende describir todas las posturas de cada controversia, exponer todos los elementos que componen el paisaje ni, por supuesto, decir la última palabra, sino sobre todo demandar la atención de aquellos cuyas opiniones son distintas a las mías. AMOS OZ

QUERIDOS FANÁTICOS

¿Cómo curar a los fanáticos? Salir a perseguir a una banda de fanáticos armados por las montañas de Afganistán o por los desiertos de Irak y las ciudades de Siria es una cosa y luchar contra el propio fanatismo es otra bien distinta. No tengo ninguna propuesta nueva respecto a las guerras en las montañas y en el desierto o a las persecuciones por el ciberespacio. Lo que hay aquí son algunas reflexiones sobre la naturaleza del fanatismo y sobre las formas de refrenarlo.

El ataque contra las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, así como las decenas de ataques contra los centros de las ciudades y contra lugares abarrotados de gente en distintas partes del mundo, no tienen su origen en la ira de los pobres hacia los ricos. La brecha entre ricos y pobres es una injusticia ancestral, pero la nueva ola de violencia no es solo, ni sobre todo, una reacción contra esa brecha. (Si así fuese, los ataques terroristas procederían de los países africanos, los más pobres, y se dirigirían contra Arabia Saudí y los Emiratos del Golfo, los más ricos de todos).

Esta guerra se libra entre los fanáticos, que están convencidos de que su fin justifica los medios, y todos los demás, que piensan que la vida misma es un fin y no un medio. Esta es una batalla entre los que afirman que la justicia, sea lo que sea eso a lo que se refieren cuando dicen “justicia”, es más importante que la vida y los que consideran que la vida misma se antepone a muchos otros valores.

Desde que el investigador Samuel Huntington definió el actual campo de batalla mundial como una “guerra de civilizaciones” que se libra fundamentalmente entre el islam y la cultura occidental, se ha propagado por muchos lugares una imagen racista del mundo que muestra un enfrentamiento entre “salvajes terroristas” orientales y “personas civilizadas” occidentales. No lo expuso así Huntington, pero esa es la impresión habitual que han provocado sus palabras.

Al gobierno de Israel, por ejemplo, le resulta muy cómodo apoyarse en esa versión de spaghetti western, porque le permite insertar la lucha del pueblo palestino por su derecho a liberarse del yugo de la ocupación israelí dentro de ese repulsivo “vertedero” del que salen constantemente fanáticos asesinos musulmanes que cometen atrocidades por todo el mundo.

Muchos olvidan que el islamismo radical no tiene el monopolio del fanatismo violento: la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York y otras masacres que han seguido ocurriendo en distintas partes del mundo no implican necesariamente las preguntas ¿Occidente es bueno o malo?, ¿la globalización es una bendición o un monstruo?, ¿el capitalismo es algo abyecto o evidente?, ¿el laicismo y el hedonismo son esclavitud o liberación?, ¿el colonialismo occidental se ha acabado o solo ha adoptado una nueva forma?

A todas estas preguntas se pueden dar distintas respuestas, incluso antagónicas, sin que ninguna de ellas sea una respuesta fanática. El fanático no discute. Si algo le parece mal, si tiene claro que algo está mal a ojos de Dios, su obligación es erradicar de inmediato esa abominación, aunque para ello tenga que asesinar a sus vecinos o a todo aquel que se encuentre casualmente por los alrededores.

El fanatismo es mucho más antiguo que el islam. Más antiguo que el cristianismo y que el judaísmo. Más antiguo que todas las ideologías del mundo. Es un elemento intrínseco a la naturaleza humana, un “gen malo”: los que dinamitan clínicas donde se practican abortos, los que asesinan a inmigrantes en Europa, los que asesinan a mujeres y niños judíos en Israel, los que en los territorios ocupados por Israel incendian una casa con una familia palestina dentro, los que profanan sinagogas, iglesias, mezquitas y cementerios, todos esos se diferencian de Al Qaeda y del Daesh en el alcance y la gravedad de sus acciones, pero no en la naturaleza de sus crímenes. Hoy día suele hablarse de “crímenes de odio”, pero tal vez convendría precisar y utilizar el término “crímenes de fanatismo”: ese tipo de crímenes se perpetran casi a diario también contra musulmanes.

Genocidio, yihad y cruzadas, inquisición, gulags, campos de exterminio y cámaras de gas, sótanos de tortura y ataques terroristas indiscriminados, nada de eso es nuevo, y casi todo ocurrió cientos de años antes del ascenso del islamismo radical.

A medida que las preguntas se vuelven más difíciles y complicadas, también aumenta el ansia de más y más personas por obtener respuestas sencillas, respuestas de una sola frase, respuestas que señalen sin ninguna duda a los culpables de todos nuestros sufrimientos, respuestas que nos aseguren que, si aniquilamos y exterminamos a los malvados, al instante desaparecerán todos nuestros problemas.

“¡Todo es por culpa de la globalización!”, “¡Todo es por culpa de los musulmanes!”, “¡Todo es por culpa de la permisibilidad!” o “¡Por culpa de Occidente!” o “¡Por culpa del sionismo!” o “¡Por culpa de los inmigrantes esos!” o “¡Por culpa del laicismo!” o “¡Por culpa de los de izquierdas!”. Todo lo que tienes que hacer es eliminar lo que sobra, señalar con un círculo al que para ti es el auténtico demonio y luego matar a ese demonio (junto con sus vecinos o con todo aquel que se encuentre casualmente por los alrededores) y así abrir de una vez por todas las puertas del Paraíso.

Para cada vez más personas, el sentimiento colectivo más fuerte es un sentimiento de profundo desprecio: desprecio subversivo hacia el “discurso hegemónico”, desprecio occidental hacia Oriente, desprecio oriental hacia Occidente, desprecio laico hacia los creyentes, desprecio religioso hacia los laicos, un desprecio general, ilimitado, que surge como un vómito desde las profundidades de cualquier tipo de desdicha. El desprecio general es uno de los componentes de cualquier fanatismo.

Tomemos, por ejemplo, lo que hace como medio siglo surgió como una idea innovadora y apasionante, la idea de la multiculturalidad y de la política de identidades, y que rápidamente se convirtió en muchos lugares en una política de odio identitario: lo que empezó con una expansión de horizontes culturales y emocionales ha ido deteriorándose hasta llegar a una situación de cerrazón, de aislamiento, de odio al otro, en resumen, una nueva ola de desprecio al prójimo y de fanatismo que va creciendo desde distintas direcciones.

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